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LA ORACION DE ALABANZA

 
 


De las distintas formas de oración que se desarrollan en los Grupos de Oración, es sin duda la oración de alabanza la que ocupa un lugar privilegiado; por eso el Papa Juan Pablo II afirma que en los Grupos de Oración se redescubre "la alegre alabanza" (L'Osservatore Romano,15-3-87).

Muchas personas que llegan por primera vez a los Grupos de Oración se extrañan cuando comienzan las oraciones espontáneas de alabanza, incluso sienten dificultades y escrúpulos. Tal vez se deba a que desde pequeños lo que más hemos aprendido son las oraciones de petición y las de acción de gracias, ignorándose en muchos casos la alabanza a Dios.

Sin embargo, el Antiguo Testamento nos refleja en múltiples ocasiones cómo desde antiguo el pueblo de Israel alababa a Dios. María cuando se encontró con su prima Isabel elevó una oración de alabanza a Dios: "Mi alma alaba la grandeza del Señor..." (Lc, 1,46); igualmente Zacarías: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel" (Lc.1,68).Jesús mismo practicó la alabanza: "Padre, santificado sea tu nombre" (Lc.11,2); "Te alabo, Padre Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos" (Mt.11,25). También los primeros cristianos en sus reuniones "con perseverancia escuchaban la enseñanza de los apóstoles, se reunían en la fracción del pan y en la oración..., alababan a Dios gozando de la estima general del pueblo" (Hch.2, 41-47). San Pablo termina su carta a los Romanos con estas palabras:

"A Dios, el único sabio, sea la gloria para siempre por medio de Jesucristo! (Rom. 16,27) y aconsejaba: "Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo..."(Ef.1,3).

La Eucaristía, centro de la vida del cristiano la denominamos "sacrificio de alabanza" y en ella continuamente alabamos a Dios; recordemos el Gloria y la respuesta de los fieles después de cada lectura bíblica. Lo que pasa es que muchas veces decimos cosas aprendidas de memoria, pero no recapacitamos en su significado. Ojalá que no nos apliquen las palabras que Cristo dijo: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí" (Mc.7,6).

Dios en el centro

La oración de petición y la de agradecimiento se centran básicamente en el hombre que exclama: "Yo pecador... yo indigente... yo agradecido... yo solidario con los demás". En la oración de alabanza todo se centra en el Tú divino. No significa esto que el "yo" humano desaperezca, sino que el nombre de Dios; se engrandece y nos situamos en nuestro verdadero puesto de criatura. Alabamos a Dios por lo que es, por lo que crea y por su actuar divino.

Por lo que es

Cuando vamos descubriendo quién es Dios, su grandeza, su sabiduría, su poder, su amor; nos damos cuenta de lo pequeños y débiles que somos y le expresamos a Dios que reconocemos su superioridad y nuestra dependencia de El.

Por lo que crea

También podemos descubrir a Dios en la naturaleza, en la belleza de las flores, al contemplar el mar, una puesta de sol, etc...

Por su actuar divino

Alabamos a Dios también por lo que El realiza en su amor por todos los hombres y por cada uno en particular: la liberación de Israel, el nacimiento de Jesús, la Eucaristía, la acción del Señor cada día por amor a nosotros, etc.

Cuando contemplamos a Dios en toda su grandeza y amor nos llenamos de admiración y sentimos que "los labios cerrados deben abrirse a la oración, al canto, a la alegría, al testimonio". Sin embargo, entonar himnos gozosos, y unirnos a la alabanza de toda la creación es insuficiente.

Es necesario unir nuestra alabanza a la de Jesús, nuestras oraciones a las suyas. La voz de Cristo es la única que llega eficazmente al corazón del Padre.

Cuando nuestra alabanza nace desde el corazón unido a Jesús, es cuando adquiere su verdadero valor, es cuando adoramos a Dios en "espíritu y verdad" (Jn.4,24). Adorar a Dios es reconocer su grandeza, su poder, su sabiduría, su amor, etc. Alabarlo es decirle todo eso.

Ojalá podamos decir con S. Pablo: "No vivo yo, es Cristo quien vive en mí", y con San Agustín: "No oro yo, es Cristo quien ora en mí".

También debemos aprender a vivir en alabanza continua.

Que todas nuestras acciones y palabras sean una ofrenda de alabanza diaria. En los momentos de alegría alabamos a Dios. En los momentos difíciles, también debemos alabarle porque siempre, en toda circunstancia Dios merece todo honor y reconocimiento y además porque podemos estar seguros que El siempre transforma el mal en bien.

Lo contrario de vivir en alabanza es vivir en la queja permanente.

Sin embargo a menudo hacemos une mezcolanza incomprensible y vivimos continuamente en la "queja-banza''. Esto nos lleva a hablar en un idioma distinto al del Reino de Dios.  Por eso muchas veces nuestros aleluyas salen con tono fúnebre.

Para poder purificar nuestra alabanza y sanarnos de la actitud de queja necesitamos la acción siempre eficaz del Espíritu Santo.

Hay un poema de la primera etapa de la Iglesia que dice: "como se pasea la mano en las cuerdas, y como canta la cítara, así habla en mí el Espíritu de Dios".

Esa es la verdadera oración de alabanza: la que es fruto del Espíritu Santo. Cuando dejamos que el Espíritu sea quien impulse nuestra oración cuando dejamos que sea El quien ore en nosotros "con gemidos inenarrables" (Rom.8,26). Sólo entonces nuestra voz se identificará con la de Cristo y seremos "alabanza de su gloria".

 

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