RENOVACION EN EL ESPIRITU:

Oportunidad para la Iglesia y para el mundo

 

 

Actualmente, es el movimiento que cuenta con más seguidores, 70 millones en 120 países. Resaltan la importancia de los carismas dados por Dios para el servicio a la comunidad. Ocurren prodigiosas curaciones, oran juntos con alegría...

Justamente en el siglo en el que debería triunfar la secularización y el racionalismo, la Renovación en el Espíritu lanza a los hombres el desafío más grande: ¡Confiarse al Espíritu Santo!

Se encuentran en algunos templos abiertos, celebran largas eucaristías, incluso de cuatro horas, en las cuales hay mucha participación y alegría. En algunas ocasiones se ora por los enfermos, o por un nuevo derramamiento de Espíritu Santo. Entre los participantes hay mucha gente deseosa de un encuentro con el Señor, a veces cuando hay ministerio de sanación, asisten muchos enfermos. Su oración se desarrolla de un modo profundo, alzando las manos al cielo, cantando con los ojos cerrados y, en momentos de máxima intensidad, muchos de ellos cantan «en lenguas». No se trata, como se podría creer, de una imprevista capacidad de hablar en otro idioma, sino de un murmullo a baja voz, un balbuceo incomprensible y sugestivo que pasa de boca en boca, sube de tono en clave muy dulce y luego, poco a poco, vuelve a bajar hasta desaparecer.

Al final de la misa, algunas personas suben al púlpito para contar sus testimonios, conversiones, transformación interior, percepción del amor de Dios, curaciones que dejan impresionados incluso a los médicos. Hay quien, después de tres operaciones en la espalda sin resultados, ha podido dejar la silla de ruedas y ahora camina sin ayuda. Todos esto sin que los sacerdotes y los responsables de los grupos hagan de esto el centro.

Diversos carismas para la comunidad

Estamos hablando de la Renovación en el Espíritu, el movimiento laico más difundido en el mundo. Son creyentes que afirman tener, gracias al Espíritu Santo, dones particulares como los de profecía o sanación de enfermos. El 1998, es para ellos el año más importante porque, según el calendario de celebraciones establecido por Juan Pablo II para el Jubileo es el año dedicado al Espíritu Santo.

Quieren ser signo de realidades nuevas suscitadas por el Espíritu, por esto se les llama, aunque no es su nombre, carismáticos. Los carismas, según la doctrina cristiana, son los dones específicos que Dios da a los creyentes para el servicio de la Comunidad. Hay quien tiene el don de profecía, entendido casi siempre como anuncio de la palabra de Dios y raramente como predicción, hay quien tiene el carisma del discernimiento, quien el de hablar en lenguas y quien el de la enseñanza y así sucesivamente. En la Iglesia católica, los carismas estuvieron siempre presentes desde las primeras comunidades cristianas.

En los siglos IV y V, surgieron los «entusiastas», un grupo que insistía en la oración y la experiencia personal del Espíritu y fueron acogidos en numerosas escuelas de espiritualidad. Experiencias similares se sucedieron hasta llegar a San Francisco de Asís y otros que daban preeminencia, como los miembros de la Renovación Carismática, a la alabanza a Dios y a la vivencia de la fuerza divina.

Antes del Concilio Vaticano II, desde el año 1900, entre los Protestantes se dio un impulso carismático importante, de ahí que la jerarquía eclesiástica mostraba una cierta desconfianza ante quienes se decían carismáticos, por el temor de que surgiesen complicaciones doctrinales internas.

«Una oportunidad para la Iglesia y el mundo»

A pesar de las dudas iniciales, la rápida expansión de la Renovación en el Espíritu en la Iglesia Católica, ha superado barreras y escepticismos. Pablo VI, en la fiesta de Pentecostés de 1975, recibió en audiencia 10,000 seguidores del movimiento, llegados a Roma para el Congreso del Año Santo, y les dijo: «¿Cómo podría, esta renovación espiritual, no ser una oportunidad para la Iglesia y para el mundo?». Juan Pablo II está favorablemente impresionado por ellos y les recibió en audiencia, el 9 de marzo de 1994. El Papa les dijo: «El Espíritu Santo infunde en el pueblo de Dios los carismas, dones que pertenecen a la vida ordinaria de la Iglesia y que no tienen necesariamente un carácter extraordinario o maravilloso».

Monseñor Dino Foglio, responsable en Italia del movimiento, afirmó: «Que estemos un poco locos lo dicen todos, porque tenemos esta acentuada gestualidad. Pero Pablo VI decía que éramos una oportunidad para la Iglesia ¡y era verdad!».

El P. Gabriel Amorth, el más conocido exorcista activo en Roma, es un gran defensor de la Renovación en el Espíritu, también porque le ayudan en su misión con oraciones especiales para liberar a las personas poseídas. La primera vez que los vio en la plaza de San Pedro, con los brazos alzados al cielo, para Amorth fue el signo de que desde el ateísmo se retornaba a la fe.

Los iniciadores fueron, en 1967, algunos jóvenes profesores de la Universidad de Pittsburgh, convencidos de que hacía falta despertar el fervor de la Iglesia de los primeros cristianos. Quizá como antídoto al materialismo, quizá como redescubrimiento de lo sagrado, el hecho es que este movimiento ha crecido con ímpetu, sobre todo en los países más desarrollados. Ahora, quienes han recibido el influjo del movimiento son unos 70 millones de personas en más de 120 países.

En el retiro espiritual inicial, que tuvo lugar en la Universidad de Duquesne, participaron unas 30 personas, basadas en la convicción de que el acontecimiento de «Pentecostés no era algo lejano y perdido en el tiempo, sino una realidad todavía viva y actual».

En pocos años, los participantes en el movimiento se han multiplicado en los cinco continentes. Por todas partes las convocatorias, los congresos y las conferencias zonales, nacionales, regionales e internacionales, se suceden con una participación creciente.

 


 Adaptado del artículo publicado por la agencia internacional Zenit, Roma, 20 agosto de 1998. 1