Crónica del viaje de su Santidad Juan Pablo II a Cuba.

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Miércoles, 21 de enero

El Santo Padre Juan Pablo II pudo, finalmente, cumplir un anhelo largamente acariciado: la visita pastora a Cuba, que realizó del 21 al 25 de enero de 1998. Era su 81 viaje internacional. El Peregrino apostólico salió del aeropuerto romano internacional de Fiumicino y a las diez de la mañana subió al avión, un MD-II de Alitalia, que recorrió los 7.768 km de distancia en doce horas. Antes de dejar Italia, Juan Pablo II se despidió del presidente de la República, Oscar Luigi Scaftaro, con un telegrama. Envió también telegramas de saludo a los jefes de Estado de las naciones que sobrevoló: Francia, España, Portugal, Estados Unidos y Bermudas.

Aunque su destino era La Habana, el avión no descendió al llegar al territorio aéreo de la capital, sino que, alargando 15 min. su trayecto, prosiguió hasta la ciudad de Pinar del Río. Apenas aterrizó el avión en el aeropuerto José Martí de La Habana, a las cuatro de la tarde hora local, subieron a darle la bienvenida el jefe de protocolo; el nuncio apostólico, Mons. Beniamino Stella, arzobispo titular de Fidene; y el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de San Cristóbal de La Habana. Pocos minutos después, el Papa bajaba la escalerilla. Todas las personas que se hallaban en el aeropuerto -apenas apareció Su Santidad- aplaudieron sonriendo. Luego de la bienvenida, dos niños y dos niñas le presentaron una bandeja con tierra de todas las provincias y de la Isla de la juventud, para que la besara. En la bandeja se hallaba reproducido el mapa de toda la isla.

Acto seguido, Juan Pablo II presentó al presidente, los miembros de su séquito: los cardenales Angelo Sodano; Bernardin Gantin y Roger Etchegaray, los arzobispos Mons. Giovanni Battista Re, Mons. Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova; y otras personalidades. El presidente, por su parte, presentó al Papa a sus principales colaboradores en el Gobierno del país. A continuación, ya en el palco, después de 21 salvas de artillería en honor del Romano Pontífice, la banda del Estado Mayor general de las Fuerzas aéreas interpretó los himnos cubanos y pontificio. Seguidamente, se leyeron por ambas partes discursos de saludo. Luego, saludó a los obispos cubanos y a otras personalidades eclesiásticas presentes.

Terminada la ceremonia de bienvenida su Santidad se despidió del Presidente y se dirigió, en coche descubierto, acompañado por el cardenal Jaime Ortega, a la nunciatura apostólica. A lo largo del recorrido—20 km.—cientos de miles de cubanos saludaron al Papa, muchos de ellos enarbolando banderitas del Vaticano y de Cuba. Su Santidad, por su parte, a todos los saludaba y bendecía. A las seis y media de la tarde llegó el Vicario de Cristo a la sede de la representación pontificia, que fue su residencia durante todos los días de la visita pastoral.

Jueves, día 22. Santa Clara.

A las ocho de la mañana, el Papa se dirigió desde la nunciatura hasta el aeropuerto José Martí, donde tomó el avión que lo trasladó, en cuarenta minutos, hasta la base militar de la ciudad de Santa Clara, distante 250 km. Allí lo acogió el obispo de la diócesis Mons. Fernando Prego Casal, que le presentó a las autoridades locales. En coche panorámico se trasladó Su Santidad al instituto superior de cultura física "Manuel Fajardo", en cuyo amplio campo de juego se había preparado el podio, en forma de "bohío", cabaña típica de los campesinos de la zona, hecha de madera y cañas—, cubierto con un techo de hojas de palma. A la derecha del altar se hallaba una gran estatua de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Allí celebró Juan Pablo II su primera misa en Cuba, centrada en el tema de «Los valores cristianos de la familia en la sociedad cubana». Asistieron cerca de 150.000 personas. Los cantos corrieron a cargo de un coro compuesto por 350 jóvenes católicos de las diversas parroquias de la diócesis. Concelebraron con el Romano Pontífice varios cardenales, los obispos presentes en Cuba, procedentes de numerosos países, sobre todo de América, y cerca de setenta sacerdotes. Al comienzo de la eucaristía Mons. Fernando Prego, dirigió al Romano Pontífice las palabras de saludo. Después de la lectura del Evangelio, se acercó a besar el libro sagrado, sostenido por el Papa, una familia —tres generaciones— que se ha distinguido por la vivencia, defensa y propagación de la fe. Después Juan Pablo II pronunció la homilía. Acto seguido tuvo lugar la profesión de fe, según la fórmula la de preguntas y respuestas, como la renovación de las promesas bautismales. Después de una breve monición, leída por el obispo local, el Santo Padre hizo las preguntas a los fieles, que con gran entusiasmo respondían: «Sí, creo, Amén». Al final de la profesión de fe, tuvo lugar la acción de gracias por el don de la familia en la Iglesia que ocupó el lugar de la oración de los fieles. En ella la asamblea bendijo a Dios por todo lo que ha hecho en favor de la familia a lo largo de la historia de la salvación, y ratificó su fidelidad a la palabra del Señor.

Entre los dones que varios fieles llevaron al Vicario de Cristo se hallaba una estatua de Santa Clara, patrona de la ciudad y de la diócesis, y un escudo de Su Santidad. En el momento de la paz, numerosos fieles se acercaron al Santo Padre para recibir el abrazo. Entre ellos, un matrimonio que cumplía sus bodas de plata, acompañado por sus dos hijos. El Obispo de Roma dio la comunión a cincuenta personas, mientras que numerosos sacerdotes la distribuían a los fieles que se habían preparado en las parroquias los días precedentes. Al final de la misa, Mons. Prego Casal invitó a los fieles a recibir la bendición del Papa. Juan Pablo II, antes de retirarse, dirigió unas breves palabras de despedida y bendijo una estatua de San José para la diócesis de Cienfuegos. Luego, regresó a La Habana.

A las seis de la tarde, realizó una visita de cortesía al presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el palacio de la Revolución. En el salón de ceremonias fue presentado a las autoridades del Gobierno. A continuación, en el despacho del presidente, tuvo lugar el coloquio privado, que duró cincuenta minutos. El presidente regaló a Su Santidad un ejemplar de "editio princeps" de la primera biografía del siervo de Dios Padre Félix Varela, escrita por José Ignacio Rodríguez y publicada en Nueva York en 1878. Asimismo, le donó una medalla de la Orden Félix de Varela. Esta medalla consiste en una estrella de metal con baño de oro, cuyas puntas están unidas entre si por un círculo del mismo material; tiene en el centro un relieve en oro del padre Varela. El Santo Padre, por su parte, regaló al Presidente un cuadro en mosaico, que representa a Cristo, reproducción de un Cristo Pantocrator que se encuentra en la cripta de la basílica de San Pedro, y una medalla de su pontificado. Acto seguido, Juan Pablo II volvió a la Nunciatura apostólica.

Viernes, día 23, Camagüey

El Peregrino de la evangelización, a las ocho de la mañana, se dirigió desde la Nunciatura apostólica al aeropuerto para tomar el avión de la compañía Cubana de Aviación, que lo trasladó hasta el aeropuerto Ignacio Agramonte de Camagüey. Llegó a las nueve y media, después de recorrer 500 km. Le dio la bienvenida el obispo local, Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, que le presentó a las autoridades locales. Acto seguido se dirigió en el coche panorámico hasta la plaza Ignacio Agramonte en donde se habían concentrado, desde hacia varias horas miles de jóvenes cubanos y de otras naciones, alrededor de 300.000 personas. El podio había sido erigido a pocos metros del grandioso monumento dedicado al mayor Ignacio Agramonte. Una gran cruz blanca sobre un telón de fondo color rosa, dominaba desde la allura. El altar se hallaba en el centro, cubierto con un toldo adornado con grandes hojas de palma.

Al pie del monumento en honor de Ignacio Agramonte estaba el coro de 370 muchachos y muchachas, de las diversas parroquias de la ciudad revestidos con un manto blanco y amarillo en honor del Papa. En la santa misa participaron quince cardenales, sesenta obispos y cerca de cien sacerdotes. Al comienzo de la celebración, mons. Adolfo Rodríguez dirigió a Su Santidad unas palabras, en las que subrayó la gran labor de evangelización llevada a cabo recientemente por los laicos católicos en la diócesis y en toda Cuba. Asimismo un joven dio las gracias al Papa, en nombre de toda la juventud cubana, por su visita, y le expresó su alegría y su esperanza. La oración colecta y las lecturas de la misa presentaron a Cristo como única fuente de verdad y de vida para el cristiano, para librarlo del mal y hacerlo testigo de la fe en la vida diaria. En torno a ese tema central giró la homilía de Su Santidad. La juventud allí congregada vivía una atmósfera de gran fiesta. Los jóvenes coreaban repetidamente: «Juan Pablo II te quiere todo el mundo» «Juan Pablo Pastor, Camagüey te da su amor» «El Papa se queda en Camagüey» y otros estribillos. En un momento, al escuchar una «porra» mexicana, el Santo Padre comentó: «Son cubanos que parecen mexicanos. O son mexicanos que parecen cubanos. También con la Virgen del Cobre son guadalupanos».

El obispo de Camagüey introdujo la profesión de fe. Al final, diversos jóvenes leyeron las intenciones de la oración de los fieles: por la Iglesia, por la unidad de la familia, por la juventud, por los que sufren, por la justicia y la paz en la sociedad y por los difuntos. Antes de impartir la bendición, Juan Pablo II entregó a los jóvenes un mensaje. Terminada la misa, el Papa volvió al aeropuerto de Camagüey.

Por la tarde, tuvo el encuentro con el mundo de la cultura en el aula magna de la Universidad de La Habana, fundada el 5 de enero de 1728 por los padres dominicos. A continuación, Juan Pablo II se dirigió a orar unos momentos ante los restos del siervo de Dios padre Félix Varela, que reposan allí en una urna de mármol blanco, con una inscripción, en latín, que reza: "Aquí descansa Félix Varela, sacerdote sin mancha, filósofo eximio, insigne educador de los jóvenes, artífice y defensor de la libertad de Cuba. Acto seguido, el cardenal Jaime Ortega, le dirigió unas breves palabras de presentación. A continuación el rector de la Universidad, Dr. Juan Vela Valdés, pronunció un amplio discurso. El Obispo de Roma correspondió con otro discurso. En el encuentro participaron cerca de trescientos representantes cubanos del mundo de la cultura: intelectuales, artistas y educadores. También se hallaban presentes todos los obispos de Cuba. Terminado el acto, a las 19.30, Su Santidad volvió, entre las aclamaciones de la gente que le esperaba por las calles de su recorrido hasta la nunciatura apostólica, donde cenó y pernoctó.

Sábado, día 24. Santiago de Cuba

Temprano, como en los días anteriores, el Peregrino apostólico se trasladó en avión hasta el aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba, distante 750 km en un vuelo de hora y media. El arzobispo metropolitano, Mons. Pedro Claro Meurice Estíu, lo acogió a su llegada y le presentó a las autoridades locales. El Papa siguió en el coche panorámico hasta la plaza Antonio Maceo. El podio preparado en la escalinata del monumento ecuestre, de piedra. El palco, coronado por una gran cruz, se elevaba en medio de la plaza. En el centro del mismo se hallaba un crucifijo y, a la derecha, la imagen original de la Virgen de la Caridad del Cobre, traída del santuario. Allí celebró la santa misa, con la participación de más de quinientas mil personas. Concelebraron, asimismo, catorce cardenales, noventa entre arzobispos y obispos, y más de cien sacerdotes. En la liturgia se utilizaron los textos de la misa de la Virgen de la Caridad del Cobre. Al comienzo de la celebración, el arzobispo Meurice dirigió al Papa unas palabras y Su Santidad Juan Pablo II pronunció la homilía.

Los fieles expresaban sin cesar su entusiasmo y gritaban: «Juan Pablo, hermano, ya tú eres un cubano» y otros estribillos parecidos. Cuando exclamaron: «Juan Pablo, amigo, Cuba está contigo», él, improvisando, respondió: "Cuba, amigo, el Papa está contigo». Después de la oración de los fieles, tuvo lugar el acto central de la celebración: la solemne coronación de la patrona de Cuba. La imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre ya había sido coronada, el 20 de diciembre de 1936, por el entonces arzobispo de Santiago de Cuba, Mons. Valentín Zubizarreta, en representación del papa Pío Xl. Pero, el Santo Padre Juan Pablo II quiso hacerlo ahora personalmente. Cuatro sacerdotes concelebrantes acercaron al Vicario de Cristo la imagen de la Virgen y el Papa la coronó, y colocó en su brazo un rosario de oro que él mismo quiso dejarle como regalo. En el ofertorio, los dones fueron presentados por fieles de las tres circunscripciones eclesiásticas de la región: Holguín, Santísimo Salvador de Bayamo y Manzanillo, y Santiago de Cuba. La diócesis de Holguín ofreció como don una barca de artesanía local, que representaba a los tres pescadores a los que se les apareció la Virgen de la Caridad; la diócesis de Santísimo Salvador de Bayamo y Manzanillo, un pergamino con la partitura del himno nacional, un escudo de Cuba y una bandera; y la de Santiago de Cuba, entre otras cosas, la cruz de la Parra, un cuadro de la Virgen de la Caridad y otro con un retrato del Santo Padre.

Al final de la celebración, el Papa anunció la erección de una nueva diócesis en Cuba, la de Guantánamo-Baracoa, y el nombramiento de Mons. Carlos Jesús Patricio Baladrón Valdés, como pastor de dicha circunscripción eclesiástica. Los fieles manifestaban continuamente su entusiasmo con diversos estribillos: «Juan Pablo, hermano, quédate conmigo aquí en Santiago», «Cuba con el Papa renueva su esperanza», «Cuba con María, renueva su alegría», «Juan Pablo, valiente, te aclama todo Oriente», etc. Luego regresó a La Habana.

Su Santidad salió de la nunciatura apostólica a las 18.30, para dirigirse en coche al santuario de San Lázaro. Allí tuvo un encuentro con un centenar de enfermos de lepra y de Sida. A las puertas del santuario el Papa fue acogido con el repicar de las tres campanas del templo y con la música del Aleluya del «Mesías» de Händell interpretado por la Orquesta del hospital psiquiátrico de La Habana, formada por veinticinco miembros. Dentro de la iglesia, un coro de niños, dirigidos por una de las Hijas de la Caridad, le dio la bienvenida con cantos. El acto comenzó con un breve saludo litúrgico leído por el Papa y una oración a San Lázaro. A continuación, el cardenal Ortega, dirigió unas palabras al Santo Padre. El Romano Pontífice a su vez pronunció otro discurso. Tras el rezo del «Padre nuestro» y la bendición final, el Santo Padre quiso saludar personalmente a los leprosos y sidosos presentes en el templo, y los fue bendiciendo, acariciando, a la vez que les regalaba un rosario a cada uno. Mientras tanto, unos niños, -emocionados-, cantaban varias piezas en honor del Santo Padre. Una niña ciega, al micrófono, dijo al Vicario de Cristo: «Santo Padre, en nombre de los niños que son como yo, quiero saludarle, y, aunque no lo podamos ver, esperamos verlo en la gloria».

Domingo, día 25

El último día de la estancia del Papa en Cuba fue una jornada may intensa. A las ocho de la mañana, El Vicario de Cristo celebró un encuentro ecuménico en la nunciatura. Durante el mismo, entregó a los representantes de las otras Iglesias y confesiones religiosas un mensaje. A continuación Su Santidad se trasladó hasta la plaza de la Revolución José Martí de La Habana, donde tuvo lugar la celebración más grandiosa y emotiva de esta peregrinación apostólica: la misa dominical, a la que asistieron más de un millón de personas, en su mayoría cubanos de la capital y de las regiones vecinas, pero también muchos católicos venidos de otros países. La plaza José Martí, se convirtió en un templo al aire libre, presidido por el crucifijo y la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Al fondo de la plaza, destacaba el gran mural, del Sagrado Corazón con las palabras: «Jesucristo, en ti confío—, que cubría casi toda la fachada de la Biblioteca Nacional. El palco, sobre el que se destacaba la cruz y un gran escudo del Papa Juan Pablo II, con el lema «Totus tuus», estaba adornado con flores de todo tipo y color. El Papa, a su llegada, dio una vuelta por la plaza en el coche panorámico para saludar y bendecir a todos. Concelebraron 20 cardenales y más de 150 entre arzobispos y obispos, e innumerables sacerdotes, llegados de todas partes del mundo, especialmente de los países de América. Un gran coro, compuesto por 420 miembros, La «Schola cantorum Carolina», y una orquesta contribuyeron a dar gran solemnidad a la ceremonia.

Después del saludo litúrgico, el cardenal Jaime Lucas Ortega, arzobispo local, dirigió al Santo Padre cl discurso. La liturgia de la Palabra estuvo centrada cn el tema del anuncio del mensaje de Cristo mediante el compromiso de la nueva evangelización. Su Santidad pronunció la homilía que fue continuamente interrumpida por los aplausos y aclamaciones de la asamblea. Juan Pablo II, en una ocasión, comentó en voz alta: «El Papa no es contrario a los aplausos, porque le permiten reposar». En otro momento dijo: «Ustedes son un auditorio muy activo». Algunos de los estribillos que los cubanos gritaban, además de los clásicos, como: «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo», "Juan Pablo, amigo, Cuba está contigo» o «Juan Pablo, hermano, ya tú eres un cubano», o «El Papa libre, nos quiere a todos libres», «Cuba católica siempre fue», «Lo sé, lo he visto, con el Papa viene Cristo»,

Terminada la homilía, Juan Pablo II bendijo a la asamblea con el libro de los Evangelios y entregó un ejemplar de la Sagrada Escritura a veinte fieles de las diócesis de Pinar del Río, Matanzas y La Habana. Seguidamente, toda la asamblea, como en las celebraciones anteriores de la visita, proclamó con gran entusiasmo su profesión de fe. Presentaron las ofrendas fieles de las diócesis de Pinar del Río, Matanzas y La Habana: el pan, el vino y otros dones representativos de dichas diócesis, entre ellos un cuadro de San Cristóbal; dos niños y una niña, ofrecieron al Papa un cesto de flores.

Desde la plaza, Juan Pablo II se trasladó al Arzobispado, donde se reunió con los miembros del Episcopado cubano y del séquito papal. Al comienzo del encuentro, el presidente de la Conferencia, el cardenal Ortega, pronunció unas palabras. Por su parte, el Romano Pontífice les entregó un mensaje. A las cuatro y media de la tarde, Juan Pablo II se dirigió a la Catedral de La Habana. Allí se dirigió con los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas y los laicos cubanos comprometidos en el trabajo pastoral. Apenas bajó del coche panorámico, el Santo Padre quiso saludar personalmente a muchas de las personas que se habían dado cita para aclamarlo en la plaza frente a la Catedral. El Papa acudió hasta las vallas, estrechó las manos a todos los que le fue posible y los bendijo con amor. Ya en el templo, mientras el coro cantaba el «Tu es Petrus», Su Santidad fue avanzando lentamente por el pasillo, saludando y dando la mano a lodos los que lo bordeaban. Después de atravesar la nave central, se recogió unos minutos en oración en la capilla del Santísimo Sacramento, situada a la izquierda del altar. AI comienzo del acto, que revistió la forma de celebración de la Palabra, habló nuevamente el Cardenal de La Habana. Después de la oración y la proclamación del Evangelio, el Peregrino apostólico pronunció el discurso. Siguió la oración universal y el Padre nuestro. La celebración se concluyó con la bendición apostólica.

Desde la catedral, el Mensajero del amor se trasladó directamente al aeropuerto internacional José Martí de La Habana, donde tuvo lugar la ceremonia de despedida. Tomaron parte en ella el presidente, numerosas autoridades civiles, políticas y militares del país, así como los obispos de Cuba. El Presidente acogió al Romano Pontífice a su llegada y ambos se dirigieron hasta el podio, desde donde escucharon los himnos pontificio y cubano. Después de desfilar ante ellos la guardia de honor, el presidente pronunció las palabras de despedida. Su Santidad correspondió con otro discurso. Acto seguido, se despidió y se dirigió hasta la escalerilla del avión. A las siete y media de la tarde despegó el MD-11 de Alitalia con rumbo a Roma.

 

 

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