La oración a Dios en tiempos de sufrimiento
Intervención de S.S. Juan Pablo II, durante la audiencia general del miércoles 19 septiembre 2001.

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1. Es una noche tenebrosa, en la que se perciben alrededor bestias feroces. El orante está en espera de que surja la aurora, para que la luz triunfe sobre la oscuridad y el miedo. Este es el telón de fondo del Salmo 56, propuesto hoy a nuestra reflexión: un canto nocturno que prepara al orante a la luz de la aurora, esperada con ansia, para poder alabar al Señor de la alegría (versículos 9-12). El Salmo pasa del lamento dramático dirigido a Dios a la esperanza serena y al agradecimiento gozoso, expresado con las palabras que resonarán también en otro Salmo (cf. Salmo 107, 2-6).

En definitiva, asistimos al paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de la pesadilla a la serenidad, de la súplica a la alabanza. Es una experiencia descrita con frecuencia en el Salterio: «Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre» (Salmo 29,12-13).

Temor
2. Dos son, por tanto, los momentos del Salmo 56 que estamos meditando. El primero afecta a la experiencia del temor ante el asalto del mal que trata de golpear al justo (versículos 2-7). En el centro de la escena, hay leones en posición de ataque. Muy pronto esta imagen se transforma en un símbolo bélico, delineado con lanzas, flechas, espadas. El orante se siente asaltado por una especie de escuadrón de la muerte. A su alrededor hay una banda de cazadores que tiende trampas y excava fosas para capturar a la presa. Pero esta atmósfera de tensión se disuelve inmediatamente. De hecho, ya en la apertura (versículo 2), aparece el símbolo protector de las alas divinas, que se refieren en concreto al arca de la alianza con los querubines alados, es decir, la presencia de Dios junto a los fieles en el templo santo de Sión.

3. El orante pide insistentemente que Dios mande desde el cielo a sus mensajeros, a los que atribuye los nombres emblemáticos de «Lealtad» y «Gracia» (versículo 4), cualidades propias del amor salvador de Dios. Por ello, si bien tiembla ante el rugido terrible de las fieras y ante la perfidia de quienes le persiguen, el fiel, en su intimidad, permanece sereno y confiado, como Daniel en la fosa de los leones (cf. Daniel 6, 17-25).

Confianza
La presencia del Señor no tarda en mostrar su eficacia, mediante el autocastigo de los adversarios: éstos caen en la fosa que habían excavado para el justo (versículo 7). Esta confianza en la justicia divina, siempre viva en el Salterio, impide desalentarse y rendirse ante la prepotencia del mal. Antes o después, Dios se pone de la parte del fiel, trastocando las maniobras de los impíos, haciéndoles tropezar en sus mismos proyectos malvados.

Acción de gracias
4. Llegamos así al segundo momento del Salmo, el de la acción de gracias (versículos 8-12). Hay un pasaje que brilla por su intensidad y belleza: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora» (versículos 8-9). En ese momento las tinieblas ya se han diseminado: la aurora de la salvación se ha acercado al orante.

Aplicándose esta imagen, el Salmista traduce quizá en los términos de la religiosidad bíblica, rigurosamente monoteísta, la costumbre de los sacerdotes egipcios o fenicios que tenían el encargo de «despertar a la aurora», es decir, de hacer que volviera a aparecer el sol, considerado como una divinidad benéfica. Alude también a la costumbre de permanecer en vela junto a los instrumentos musicales en el momento de luto y prueba (cf. Salmo 136, 2), y de «despertarlos» con el sonido festivo en el momento de la liberación y de la alegría. La liturgia, por tanto, hace surgir la esperanza: se dirige a Dios invitándole a acercarse de nuevo a su pueblo y a escuchar su súplica. Con frecuencia, en el Salterio, la aurora es el momento de la escucha divina, después de la noche de oración.

Fidelidad de Dios
5. El Salmo concluye, así, con un canto de alabanza dirigido al Señor, que obra con sus dos grandes cualidades salvíficas, que ya aparecen con términos diferentes en la primera parte de la súplica (versículo 4). Ahora entran en escena, casi personificadas, la Bondad y la Fidelidad divinas. Inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y las persecuciones (versículo 11). Por este motivo, el Salmo 56 se transforma en la tradición cristiana en el canto del despertar a la luz y a la alegría pascual, que se irradia en el fiel cancelando el miedo a la muerte y abriendo el horizonte de la gloria celeste.

6. Gregorio de Niza descubre en las palabras de este Salmo una especie de descripción típica de lo que sucede en toda experiencia humana abierta al reconocimiento de la sabiduría de Dios. «Me salvó haciéndome sombra con la nube del Espíritu --exclama-- y quienes me habían pisoteado fueron humillados» («Sobre los títulos de los Salmos» --«Sui titoli dei Salmi»--, Roma 1994, p. 183).

Citando las expresiones con las que termina el Salmo, donde se dice: «Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria», concluye: «En la medida en la que la gloria de Dios se extiende sobre la tierra, reconocida por la fe de quienes son salvados, las potencias celestes exultan por nuestra salvación, elevando un himno a Dios» (ibídem p. 184).

[Traducción del italiano realizada por Zenit.

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